LA MALA LECHE

 

  "LA  MALA  LECHE"

Don Samir El Torabi


Todos se sorprendieron del semblante y lo rejuvenecida que estaba Leyla;  estaba irreconocible: las arrugas de la frente y la piel fofa en su cuello - que tanto le molestaba - habían desaparecido por completo. De las manchas y grietas de la piel....nada quedaba. El cabello ondeaba con un brillo fulgurante dejando atrás las canas secas y templadas cómo alambres retorcidos. 


Pero lo que nos dejó lelo a todos era su estado de ánimo: a todo emprendia y a todo quería conocer y experimentar: quería vivir.


 "Le había sentado muy bien la  viudez de José Gregorio": argüian sibilinamente como causa.             

            
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Quién era Leyla?


  Tenía tan solo 15 años cuándo su padre Kamal Saad le anunció que se casaría con Samir El Torabi.


Ella, cómo podía saberlo?, no conocía a   Samir El Torabi: sólo conocía lo que cómo una leyenda se contaba en la aldea sobre aquél hombre solitario y enigmatico:  que era inmensamente rico, mil millonario en la imaginación de Leyla,  y que era generoso.


 Él, a todos agradaba y saludaba efusivamente con una cordialidad envidiable cuándo caminaba lentamente con su bastón, que soportaba el peso de años, por la calle cordializando con  todos; o  cuándo se quitaba el sombrero en el bar y abrazaba a todos convidando a disfrutar de cuánto trago se disponía, el arak rodaba que daba gusto, y el degustar del kippe y  los garbanzos aliñados con cardamomo y pimienta nunca faltaron.


El Arak nunca se sirve solo.


 Echaba cuentos y anécdotas de sus viajes y aventuras de ultramar fascinando a los aldeanos cuándo hablaba de ríos tan grandes como el mar o montañas infranqueables que escondían exorbitantes cantidades de oro en sus entrañas o cuándo contaba sobre seres con plumas que dormían de día y se alimentaban sólo de una fruta exótica que tenía la semilla como una corona por fuera causando efectos fantásticos: permitiéndoles vivir eternamente joven si la consumían de noche; o cuándo el terror aparecia y modulaba con susurros con voz grave - tratando de espantar - al contar cosas increíbles sobre tribus salvajes que reducían la cabeza de sus enemigos al tamaño de un limón; y mientras más fantásticos los cuentos más su figura ascendía en el histórico firmamento de estrellas de aquélla remota aldea,  despertando la admiracion imperecedera.



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Tenía más de unos ochenta años, bien contados y bien vividos, nadie lo sabía con certeza, y dedicados en gran parte a hacer dinero con el  tráfico de mercaderías seca, contrabandeando o inventando barcos y cargas,  almacenes acá y allá: igual da que el negocio fuera bueno o no. Samir salía siempre bien parado y con más fortuna, cada vez.


 Dinero le sobraba y lo demostraba pues habiase hecho construir la más bella mansión de la aldea sobre las tres parcelas que compró  haciendo demoler las casas viejas; los más finos muebles de caoba labrados adornaban la sala y la mesa de comer era tan larga que costaba conversar  con los frecuentes comensales;  cortinas elaboradas con las más exquisitas telas de Samarkanda;  vajillas y enseres vinieron desde Beirut importadas desde la lejana Francia; cuadros exóticos pendían de las paredes iluminados por difusas luces de candil despertando la imaginación; y toda clase de comodidades que nunca se habían visto en Abdel Assan, cómo se llamaba aquél pintoresco pueblo enclavado en medio de las montañas cercanas al es el Qurnat as Sawdā del Líbano.


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con una sedosa cabellera negra que le cubría  hasta más allá de los hombros y espalda: llegando hasta unas nalgas resistentes y redondas cómo melones; tenía por ojos nueces  brillantes y de un ámbar

 La noticia de la boda corrió por la aldea cómo una tromba amainando las deudas y abríendo el perdido crédito de Kamal en la tienda del gordo Tarek: volvió la harina a la mesa en forma de panecillos y pasteles dulces de miel de chevab y baklavas, las verduras frescas multicolores alegraron los platos, el ovejo engalanaria con sus olores de guiso y perejil a aquélla casa modesta  y comerian raciones completas en los platos de Kamal. El vino no faltaría y brindarían con arek hasta perder la sobriedad.


 Todo por cuenta de Samir que generosamente sólo pensaba en Leyla.

             

Es lo que se llama un matrimonio muy bien concertado, es lo que parece a simple vista, pues Samir se preocupó de resolver el asunto de la pequeña granja que deseaba Kamal, de las ovejas y algunas vacas; a las bien distribuidas parcelas con cultivos de trigo no les faltaban jornaleros y a las yuntas de buey le sobraban  tierras que ablandar por muy duras o secas que fueran;  todo áquello para que no hubiera preocupación sobre la dote y lo bien resuelto que terminaría la boda.


 Al religioso del pueblo, para contar con su bendición y beneplácito, lo arregló con unos reales que se maseraron en sus tripas y a los curiosos del bar los agasajó - cada  vez que se podía y daba la ocasión -  con un buen vino y unos chorizos de ovejo que tan bien resultaron que hicieron su trabajo para que olvidarán la conchavada cencerrada que se merecía Don Samir El Torabi, el día de la tornaboda.


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Ella era, Leyla en aquellos días, una espigada joven, 15 años como les decía,  en lo mejor de la vida, con una sedosa cabellera negra que le cubría  hasta más allá de los hombros y espalda: llegando hasta unas nalgas resistentes y redondas cómo melones; tenía por ojos nueces  brillantes y de un ámbar transparente que hablaban por sí solos de la vitalidad y energia de la juventud. Piernas largas y rellenas de una sensualidad que al caminar prometían unos placeres escondidos. De una figura armoniosa, de carnes firmes y bien distribuidas, y cuya única ambición era agradar a los hombres, objetivo que lograba irrefutablemente.


Pero  que carajo ¡hay tantas así en estás aldeas !.  


En cambio, fortuna y billete  como el de don Samir El Torabi no se encuentra otro, en toda la provincia.



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El  temor más grande que abrigaba Leyla, más instintivo que razonado, con el que fué a la boda pronto se disipó ésa misma noche pues el achacoso Samir El Torabi picó adelante con una ternura sosegante: le repetía, a la melindrosa Leyla, que no tendrían relación, que no se inquietara, y que la defloración no tendría lugar pues él no estaba en condiciones y menos dispuesto; y sólo pedía a la tierna esposa un poco de cariño y de calor, le pedía que lo cuidara en su vejez y no otra cosa. 


Día y noche -la noche sobre todo, pegado a su cuerpo, entre sus piernas y el contacto de piel y aliento, los senos tersos y suaves  sobre su pecho marchito y arrugado: dándole una esperanza de una nueva vida -; y así se comprometía Leyla  a atenderle, a no abandonarle un minuto: 

ofreciendo su calor juvenil, los tibios efluvios de su cuerpo; y  éso era lo que buscaba don Samir El Torabi encontrar algún remedio a la decrepitud, a retornar a la juventud perdida. «Lo que tengo es frío -repetía.


 Ahora lograba entender los sabios consejos de la familia, de su padre Kamal, y de las viejas, que cuchicheaban pícaros chistes, sobre todo cuándo le repetían:


 «No tengas miedo, pendeja» y  «Cásate tranquila que a ese viejo no se le para. ».


 Era un oficio piadoso, era un papel de enfermera y de hija el que le tocaba desempeñar por algún tiempo y quizás ni dure mucho: ya el viejo tiene una pata en la tumba y te quedarás como heredera universal del anciano cómo así lo dispuso el mismísimo Samir El Torabi en su testamento, contraviniendo la voluntad de todos: Rica y joven,  le prometían -pronto, decían - con la mirada cómplice,  aunque no lo dijeran en público. Era la envidia de todos los que la miraban de reojo.

                     


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 El viejo mantenía en secreto un vieja creencia instruida por un sabio druida y al que había recurrido como último recurso que le quedaba;  no había más  y no era otra:  la certeza de que, puesta en contacto su senilitud avanzada con la frescos efluvios corporales de una joven, se verificaría un misterioso intercambio. Si las energías vitales de la virginal e inocente muchacha,  la flor de su vitalidad, su intacta provisión de fuerzas debían reanimar a don Samir El Torabi, la decrepitud y el agotamiento de éste se comunicarían a aquélla, transmitidos por la mezcla y cambio de los alientos y el éter de la vida; recogiendo el decrépito anciano un aura viva, reluciente  y vigoroza  y absorbiendo la virginal e inocente muchacha, de quince cómo decíamos, un vaho sepulcral y decrépito prematuro.



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Qurnat as Sawdā, montañas del Líbano.







No había nadie que no tuviera algo que comentar en aquél remoto villorio de  Abdel Assan, en las montañas del Qurnat as Sawdā del Líbano,  sobre la recuperación de don Samir El Torabi.


Todo el mundo lo hubiera dado por tieso de no verlo caminar de brazos con Leyla por las calles empedradas de Abdel Assan.


Le habían dado días después de la boda, apenas, antes que estirará la pata. 


Sorpresas: Primero dejo el bastón y luego la tembladera de piernas, salía a la calle sin compañía, apuraba el paso y todo. A las semanas desaparecieron los ojos opacos que yacian en lel interior de los huecos del cráneo: vivaces y brillantes se columpiaban mirando y presumía de tener una vista envidiable. Las arrugas de la cara y el cuello, dos semanas, después,  desaparecieron como si estuvieran inflandolos y los carrillos cómo duraznos  delataban su recuperación. Parecía un hombre de 40 años, erguida la cabeza, fuertes brazos y ni que hablar de lo fuerte que aparentaba con su hirsuto pecho rebozante de pulmones que soplaban el aire cálido y una bella barba negra que coronaba su mejilla.


 Todo el mundo comentaba y no faltaban aquellos que achacaban ésa recuperación a la aparente desmejora de Leyla que aparentaba ya los 36 años o 40 años, en apenas varios meses de vida conyugal: flor de vida aún en la madurez de una mujer hermosa.


La sospecha era latente; algún fenómeno de transformación insospechable e inexplicable se estaba dando: un sortilegio.


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Las semanas no pasaban a lo largo en vano permitiendo que Don  Samir El Torabi recuperará su pérdida pasión y las ganas del amor volvieron al cuerpo, y pronto se dió cuenta que recuperó la rigidez pérdida de su falo y su tranquilidad empezó a desvanecerse cómo el vaho en la montaña al remontar el sol.


 Una noche de clara luna y nubes iluminadas de blanco como algodones próspero el instinto natural del varón y entre el  intercambio de alientos, efluvios corporales y el calorcito de la carne,  y dormir entrepiernas se apresuró el desenlace: ésa noche las largas piernas sensuales de Leyla, en un desenfreno pasional y un jadeo vaporoso que humedecieron los labios de Samir El Torabi, se abrieron y atraparon el cuerpo de Samir. Un gemir instantáneo fue superado por el placer del amor.


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Las exequias  de Don Samir El Torabi se realizaron al otro día acompañados de toda la aldea: todos estaban allí desde el más humilde jornalero hasta las autoridades del pueblo; preocupados y se preguntaban quién invitaría los tragos o pagaría los espléndidos comensales colectivos que acostumbraba Samir El Torabi convidar.


Un último adiós con un buen trago de arak calmó las penas ése día al pasar frente a la tienda del gordo Tarek, que permanecía sollozando y golpeándose calamitosanente el pecho con los puños asomado sobre el amplio mostrador de la tienda.


Por mucho tiempo la gente se preguntaba de qué murió Don Samir El Torabi: dicen que su cuerpo envejeció ésa noche de pasión y se secó su cuerpo quedando tan sólo la piel; aparentaba éso: un cuero seco y el dueño ausente. 


Leyla, viuda con 20 años, ése día de entierro, vestía de luto negro cómo la noche más oscura sin luna y estrellas ocultas, aparentaba 70 años pero con los ojos de nuez  brillantes y de un ámbar transparente que hablaban por si solos de la vitalidad y energia de vivir.


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Con sus ojos de ámbar de 20 años y su 70 años en el  cuerpo es poco lo que podía hacer en aquélla aldea soterrada de prejuicios y esotéricos pensamientos por allá en las montañas de el Qurnat as Sawdā, del Líbano 


Cómo pudo vendió, primero, luego líquido para después rematar todo lo que tenía y terminó regalando lo que quedaba: la hermosa mansión, los terrenos y cuánto había dejado Don Samir El Torabi.


Marchó a Beirut dónde la guerra y los problemas la obligaron a desterrarse más allá e ir cada vez más lejos: buscando siempre olvidar y encontrarse con nueva vida.


LA CARACOLA 

















Por las vueltas que da el mundo sé tropezó con José Gregorio, en las antípodas llamada Margarita, en una tierra extraña y lengua diferente rodeada de cocoteros en la playa La Caracola y arenas saladas de múltiples conchas de caracoles revestidas de nácar y piedras blancas: un hombre honesto pero sin más haber que una pluma en alquiler: se dedicaba a escribir para otros cuánto aquéllos quisieran desde discursos políticos, informes culturales, historias inventadas, panegíricos y ése tipo de vainas: solo él podía en su versatilidad de conocimientos y saberes comprender el alma de Leyla.


Dinero: no había mucho pero a Leyla le sobraba.


De amigo a cómplice de Leyla; pues ella

Insistió, desde el primer momento: agarrábase a José Gregorio, absorbiendo su respiración sana, su hálito perfumado, delicioso, preso en la urna de cristal de los blancos dientes, dejándolo sin vitalidad y la energía de la juventud; y el éter puso los demás: terminó cada vez más moza, joven y nas linda.


Rejuveneció tanto que costaba esfuerzo y ojo avisor reconocerla: 35 años, le calculaban cuándo la vieron en bicicleta por allá entre los cocoteros de playa La Caracola rodeada de arenas saladas con múltiples conchas de caracoles revestidas de nácar y piedras blancas.


La misma Leyla debió de asistir en su larga y lenta enfermedad a José Gregorio, el  cuál murió -¡lástima de hombre!- antes de cumplir los 28 años.


 Consunción, fiebre hética, algo que expresaba del modo más significativo la ruina de un organismo que había regalado a otro su capital. Buen entierro y buena tumba no le faltaron al escritor que arrendaba su pluma. 




Leyla, en este día,  debe estar en Miami - como espetó cuándo se despedía con su bicicleta sobre el asfalto y bajo la sombra de los cocoteros  en la playa La Caracola  rodeada de arenas saladas de múltiples conchas de caracoles revestidas de nácar y piedras blancas  - con nueva vida y un nuevo comenzar de vida en sortilegio. 


Pobre de aquél hombre que se la encuentre y le caliente el cuerpo.


Los personajes y hechos retratados en Pura Paja®   son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura paja «.

Pura Paja®  






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