HITLER, MI COMPAÑERO

Pura Paja®

HITLER. MI COMPAÑERO



                              I
           EL ORIGEN

 
Buscaba Guillermo ese día  como pasar el hastio con un buen libro de aventuras como esos de espías y criminales; de esos que de atestatados de espías y misterios se leían desenredando la trama como una madeja y al final entre sus páginas últimas  aparecía como una bomba el desenlace: entumeciendo la sorpresa  y terminaba uno entendiendo aquella vaina; algo de Jhon Le Carree,  buscaba Guille afanosamente entre el montón de libros que se recostaban dormidos en el estante,  famoso escritor por aquellos días tensos de 1964 donde hacía acopio de herramientas literarias para sembrar aún más miedo bajo el terror que todos vivían, así parecía, de una eminente guerra - siempre velada entre rusos y americanos- y que le habían resultado  todo un éxito: 



 Todavía no se había olvidado el bloqueo de Berlin con sus cientos de vuelos diarios de los aparatosos  DC3, para esos días tendría Guille como algo así de menos 3 años - ó  3 antes de Pura paja - y pensaba aún  en aviones cargados de chocolates para los niños berlineses que resolvieron aquel intento soviético de aislar a Berlin, por allá en el 49 cuando de la nada - poco después-  arrancó la guerra de Corea en el 51, y ayer traía, nada más, la revista Life en portada los últimos incidentes del Muro de  Berlin como esos de un guardia de la DDR saltando alambre de púas con un rifle
Kalashnikov a espalda o  de una vieja colgando de una ventana 
  para dejarse caer  del lado occidental; son vainas frescas para esos días.


Lo de espías y sus aventuras le traían noticias de otro mundo, de ciudades tan lejanas como París o Londres y  por no mencionar Berlín bajo una pertinaz lluvia en el emblemático Checkpoint Charlie como portal a la cortina de hierro, y esa era la otra realidad que dibujaba Le Carree en sus libros:  las peripecias de su propia vida, y de gente como él,  que caminaron durante la guerra fría en una zona gris retratando  a sus espías como seres humanos falibles, plenamente conscientes de sus propios defectos y los de los sistemas a los que servían. En el mundo crepuscular de los personajes de le Carré, la distinción entre el bien y el mal caminaron en una zona gris donde nada estaba claro o si esta bien o mal.

En eso andaba Guillermo y en eso de pensar quedó pensando que tan malo es lo malo o lo bueno lo que dice ser, y un pensamiento extraño le cruzó la mente y se dijo algo que no logro entender:

-  << el bien o  el mal no existen , solo son interpretaciones oscilantes de la realidad de quien la vive >>                    

                           ✍


Aquel libro le llamó la atención por la carátula - prometedora como  un Conde Montecristo de nueva factura - que se  dejaba cruzar de izquierda a derecha con un alambre negro de púas sobre un fondo blanco y sobrio que helaba con una palabra que pronto comprendío su significado " Genocidio". La curiosidad mató la impronta..

Su autor, León Poliakov, fue de los primeros en documentar y analizar el antisemitismo, el exterminio, el odio y tratar de darle sentido y explicación a esa maquinaria que cambió un pueblo de civilización  culta a uno amante  de barbarie, terror y muerte:  una nueva  realidad  que en la sensibilidad se  apreciaba  modificando su  Weltanschauung - interpretación del mundo - que de tanto legal era tanto normal: ¡ Cambio mental por decreto de Leyes !.
 Fue tanta su dedicación al tema que lo hizo suyo toda su vida o le pasó, igual que a otros tantos, el tema se apodero de su alma y coenciencia y hasta del  mismísimo cuerpo: empezó inocentenente a curiosear buscando detalles y estos lo llevaron cada vez a buscar más y más y terminó, - ya saben-  escribiendo novelas, tratados, ensayos burreados, charlas y seminarios en todas las capitales y en varios idiomas delante de espectadores dispares  que nunca supo si le entendían o no;  donde era conocido y apreciado, sus coetáneos, a menudo,  decian para referirse a su obstinación:

 - ¡ ah ¡, ¡ A  Poliakov - comentaban en voz queda - Hitler lo está volviendo loco!.

 Pero de todos, antes que se se volviera así, la idea quedó  plasmada en ese libro que abre esta purapaja de hoy.

 Infrancable el nombre de Hitler en todo el libro; se aprecia en aquel u otro documento, en esta página y la otra se repite, de comienzo a fin,  de tal modo que el libro trataba de Hitler, ni modo,  y  si la palabra Genocidio pudiera tener un sinónimo ese sería Hitler, según se da entender el erudito León Poliakov.

Poliakov nos cuenta como el matar y asesinar a 11.000.000 de personas constituyó una cuestión de estado para el III Reich, o tercer imperio alemán como suele decirse oficialmente  - en los años 1941 al 45  y  sistemáticamente en toda Alemania y territorios ocupados-   que incluye leyes, procedimientos y técnicas de exterminio para asesinar  y  aparece toda una logística de transporte e infraestructura física y de cuyos nombres hoy escuchamos con natural sorna como Treblinka, Dachau, Buchenwald o Auschwitz y un par de docenas más que constituyen sitio de peregrinación  turística obligada: hoy transmutado en  salones asépticos desprovistos de dolor y la  incertidumbre y donde nadie se pregunta :-  ¿se vive o no, sobreviviré ?;  sin manchas de sangre en las paredes  y  tan  higienicos  y pulidos pisos que tratan de  aparentar la tragedia de aquellas gentes  sustituyendolos con el drama de luces spot grandisimas  que iluminaban aquellas   cifras  de once millones de víctimas que cuelgan en las paredes cual trofeos; números y también   fotos que hacen las veces de decorado frivolo  quedando aquella vaina como  museo disruptivo.


 Aquel libro de Poliakov, el primero de muchos, causo un efecto astringente en su alma y ya no pudo ser el mismo.

Así que desde ese cualquier día del año 1964 Hitler se convirtió en  compañero inseparable de Guillermo y desde   confidencias y secretos se adelantaban,  cuchicheaban en cualquier esquina y aquello parecía no tener término, para mal o bien. Desde ese día no se  intereso más por  títulos de libros  como El espía que vino del frio: Le Carree era un niño de pecho al lado de Hitler.



                

                                  I I 

            El  conjuro

Desde entonces, les cuento, no había otra cosa que tuviera más  sentido que desentrañar la  extraña influencia de Hitler; todo comenzó con una afición o curiosidad  con  la compra de un primer libro acá de la Segunda Guerra Mundial, luego otro y  más otro; la biografía escrita y leída  de autores sobre Hitler no bastaban, había que tenerlas todas ;  la máquina de guerra le fascinaba  porque un arma complementaba la otra y ya fueran carros dé combates como Panzer Tiger o los aviones Stuka que causaban panicos hilarante a clientes que viksitaban cuando cuando caían en picada-  como en Guernica, recuerdan 1937 - ó aquellos cazas  Messerschmidt o acorazados como el Bismark ocupaban su fantasía y un U-boot emergía en sus sueños  ondeando la bandera de la Kriegsmarine con dos hileras de   marinos parados en perfecta formación en la cubierta de babor entrando -  con rimicas ondas  de oleaje - al puerto de Lűbeck o en el mítico  Paseo Colón donde sorprendían a sus pescadores con sus maras  full de pescado fresco cogiendo salitre; la mente se le nublaba al escuchar la  música  que acompañaba la apoteósica entrada del U-Boot 351 cargado de  nostálgicos   marineros: coreaban  La Paloma, himno consensuado de todos aquellos enlatados, y no de hoy y si desde desde los tiempos que La Marina Imperial   apostaba al sol y las  lejanas playas del Caribe;  eso que lo corrobore Hans Albers: distinguido sujeto que sobrevivió la larga contienda de la Segunda Guerra y a los SS,  a la Gestapo además de ñapa, por tener la más apreciada versión deLa Paloma según la gente submarina. Triste pero cierto, luego de la Guerra sufrió el escarnio público pero pronto se conoció que su esposa era judía, pero ese es otro cuento. 


Ni que decir de Peeneemůnde con sus misiles V1 y V2,  con la nariz  olfateando a  la lejana Londres y, más allá,  Von Braun  charlando con Julio Verne sobre los viajes lunáticos. Podia sentir el olor de los gases de combustión en rededor.

Fascículos, a todo color ilustrados, de emisión semanales de la Guerra sobraban  en los kioscos y  uno a  uno  con religiosa costumbre se acumulaban y  formaban aquella intensa biblioteca de guerra  y metralla  atizada de papel, organizada  y sistematizada de tal forma  que se trataré  de aviones  o   barcos, cuerpo de infantería,  o dé los generales  Mannstein, Rommel  daba igual: que siempre se  daba con el barco buscado o la Luger en cuestión, o las Ardenas.






De estas cosas y de las muchas más, que no todas se han de decir, adolecía el espirito  y se lleva en la facha y en el hacer; poco o ningún interés le atraían las ecuaciones o la biología de árboles en aquellos libros tristes del lobrego liceo que repetían los mismo  para producir borregos en forma continua y más bien le atrofiaban el entendimiento y sapiencia natural,  apartandole de su fin último que no era otro que desentrañar a Hitler, por esos días de 1964.

Se enfrasco tanto con Hitler y su presencia estaba omnipresente allí entre las hojas de los libros y fotos, cientos de ellas, que se la pasaba las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así, del mucho leer y el poco dormir, el cerebro se le seco, y a poco a poco fue perdiendo el juicio, el bueno - que no el propio -  que es el de los otros porque a su buen juicio solo conseguiría la paz si desenredaba aquel entuerto.






Con el ir de los días y viendo que aquella situación de mal en peor se encaminaba y que la comida se quedaba y de flaco  a más bien a esqueleto de  apariencia asomaba y en parecer - mas bien decian aquellos -  que de Treblinka  venía: y en esto andaban cuando resolvieron,  en un día  para el otro, por consejo de un vecino y cuyo nombre no me quiero acordar y éste  convenciendo a  amigos,  que pocos ya le quedaban,  hacerse de  una carretilla y cargar con todo aquello de la Segunda Guerra Mundial y como pudieron y  no solo por  peso  y si  por necios;  y acarrearon aquel vainero y a la playa fueron a dar, en una noche caliente y con luna,  y con la candela, lenguas de guerra asomaron, saumerios y voluntades en un exorcismo ejecutaron.  Gritaban unos, los pirómanos digo, desde la orilla y parados sobre un cerrito que amontonaban concha marinas  de  guacuco, madeperla y pepitonas sobre aquella playa de testigo mudo:

¡ Al coño e'madre de Hiitler,  que se vaya al carajo!..

Y al tanto, que otros injuriaban desde la otra esquina de la inmensa hoguera:

¡ Hijo de puta, libros.¡

En eso estaban distraídos quemando libros, esvásticas, estandartes, y banderas y  arrasaron  con campos de exterminios y  en su imaginación  enjuiciaron a Eichmann y al Dr.Mengele:  cuando  acabaron y viendo de cerca aquella vaina escucharon  desde el crepitar de las brasas unas voces, les parecía, que se soltaron  chispas,  brazos de fuego  que a unos le quemaron las pestañas y a otros, de espanto,  se cagaron al escuchar una explosión. 
De repente, nada más que de repente, apareció una sombra que les espetó con voz queda  y gutural: 

-  ¡ Heil, Hitler ¡.  ¡ Scheißleute !
    (Viva Hitler, gente de mierda)


Para mí, y la gente de purapaja que no son muchos, ¡ no! no sabemos si para uds también: desde ese día del candelero, Hitler está viviendo en esa playa del Paseo Colón y desde ese entonces Guillermo está acompañado de Hitler, o su espíritu, para bien o para mal. 
 ¡ Que Dios lo guarde.!
 




Comentarios

Entradas populares