El PULPO
EL PULPO
Lo primero que se ve cuando se atisba por encima de la brisa son las infinitas suaves ondas que el mar arrastra hasta la playa dónde mueren una tras otra en un intento de mojar a la tierra, de abordarla y dejar su sal en un mágico sempiterno fenómeno.
«Los personajes y hechos retratados en Pura Paja® son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura paja «.
Pura Paja®
Después, más luego, pasado el primer estupor, la mirada es atraída por las luces del pueblo cercano que le dan con su reflejo sobre las ondas, como un plato de tranquilidad plateada, la imagen de miles de lucecitas que cómo estrellas bailan sobre las olas en una danza efímera de felicidad.
La entrada del muelle, que sirve a los peñeros como refugio, estaba cubierto - de principios a fin - de cartones que servían de camas improvisadas, colocadas en hileras sobre la misma tierra arenosa y salitrosa, y apenas alumbradas en aquella penumbra por un triste bombillo de luz amarilla que proyectaba sombra sobre los árboles de ramas torcidas de las uvas de playa que cómo guardianes están allí para siempre; y bajo aquél escenario yacian acostados, con torso descubierto y una toalla como almohada, tratando de dormír, los pescadores que el mar había traído ese día desde tierra firme, para no decir de la cercana península de Paría, atraídos por la temporada de pesca del pulpo.
Los peñeros, habían 80 o más que se logra contar, columpiaban sus quillas meciendose al ritmo de las olas que marcaban el ritmo de cuando debían hundirse un poco más para luego elevarse con la próxima ola y mostrar sus vientres cubiertos de pequeños crustáceos que aprovechaban para mostrarse como polizóntes del mar, tránsfugas del mar y del viento.
En algún momento de ésa noche, con el frío de la brisa nocturna, aquélla gente desapareció - cómo fantasmas acompañados de su motor fuera de borda - llevándose sus camas improvisadas para navegar al mar adentro para atrapar pulpos, era la temporada y no había tiempo que perder: los pulpos duermen, aún, deben haberse imaginado.
En la madrugada y aún oscuro, alumbrando el alba por linternas, el regreso de los cientos de peñeros con la quilla a flor de flotación, acompañados del ronronear lejano de los motores fuera de borda, despertó a las mujeres y los viejos, rodeados de muchachos en algarabía, y que pronto estaban a la orilla de la playa con las maras corroidas por la sal, salpicados por la arena con pantalones arremangados sobre la pantorrilla, cubiertos con los trapos sobre la cabeza que le servían de descanso a las cajas de plásticos pletoricos de pulpos.
El faenar y el trajín pronto cubrió de pulpos aquella playa repletas de conchas de pata de cabra, chipi chipis, guacucos y palos y otras cosas inútiles que desechadas se arrumaban por doquier y que nadie se molestaba en repararar pues era el día del pulpo.
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