PUEBLO CONTENTO

 PUEBLO CONTENTO


Sucedió con gran sencillez, sin afectación y sobrevino sin avisar. Por motivos que no son del caso exponer, la población sufría de una afección ocular: no cesaban de llorar. Todo el mundo se alarmó y se hicieron comentarios más o menos amargos y hasta se esbozaron ciertos propósitos de explicar el origen de tantas lágrimas que de muchas que brotaban que hasta las aceras y los zaguanes de las casas estaban húmedos y los huecos  del camino, que ya eran muchos, parecían lagunas de lágrimas. Pero, cómo siempre sucede, no pasaron de meras alarmas que nadie consideró  y, así,  hasta que  pronto se vio a aquél afligido pueblo bebiendo lágrimas, su salado solo incitaba a beber más y llorar cada vez más.


 Pronto las autoridades tomaron cartas en el asunto: vino el Alcalde, rodeado de sus chamanes,  y después la guardia civil con sus garrotes y escudos, con sus armas herrumbradas y sus gritos chillones, y conminaron a la gente de aquel pueblo a no llorar más so pena de castigo corporales y pasar la noche en calabozos. Las protestas no pasaron de éso de ser simples amenazas y la gente seguía llorando inexplicablemente en clandestinidad pero las lágrimas seguían mojando la calle, continuaban las lagunas de lágrimas en los huecos del camino, y los postigos de la puerta estaban húmedos. El petricor anunciaba hastío.


 Sólo que el señor Ascanio buscando resolver, evitando peos,  haciendo caso omiso, empezó a guardar sus lágrimas: primero en un vaso, luego en una botella y después en latas y terminó llenando el tambor que le servía para recoger el agua de lluvia. Así fue llenando tambores uno tras otro de lágrimas  y a falta de espacio en su casa los fue colocando en la calle, sobre la acera, y justo detrás de los árboles de clemont dónde no molestarán a la vista. La vida se complicó cuándo la vecina  empezó a hacer lo mismo y  así toda la calle y después todo el pueblo.


Don Asdrubal, vecino de la casa de enfrente sombreado con el enorme árbol de uva de playa,  inquieto y preocupado, con gran tranquilidad se puso a afilar un enorme cuchillo de cocina, y, acto seguido, impasible , tomando valor de dónde no tenia, se sacó un ojo, primero, con los parpados y pestañas pegados y luego el otro ojo con pestañas y párpados: con los ojos - a manera de huevos escaldados - preparó un guisado agregándole ají y tomate y junto con los parpados, tras haberlo limpiado, lo adobó con sal y vinagre, lo pasó –como se dice– por la parrilla, para finalmente asarlo en un aripo para arepas del domingo y de áquello hizo un fabuloso filete. 

Sentóse a la mesa y comenzó a saborear su fabuloso filete. Entonces llamaron a la puerta; era el vecino Ascanio, que venía a desahogarse… Pero Asdrubal, ciego como estaba, con elegante ademán, le hizo ver el fabuloso filete. El vecino preguntó y Asdrubal se limitó a mostrar las cavidades oculares vacías y comentó que había dejado de llorar. Todo quedaba explicado. A su vez, el vecino deslumbrado y conmovido, salió sin decir palabra para volver al poco rato con el alcalde del pueblo rodeado de los inseparables chamanes. Éste expresó a Asdrubal su vivo deseo de que su querido  pueblo se alimentara, como lo hacía Asdrubal , de sus propias reservas, es decir, de su propia carne, de la respectiva carne de cada uno y, de una, resolver el problema de la lloradera y la humedad provocada por tanta lágrimas y que tanta calamidad y desastre ha traído al hermoso pueblo de uvas de playa y almendrones y que, en esencia esto último, era el problema del alcalde y sus chamanes.


Pronto quedó Asdrúbal convenido y acordado y después de los abrazos, la cháchara pública del alcalde y sus chamanes, y las felicitaciones que hubieron lugar  propias de gente de bien educada: Asdrubal fué llevado a tientas, cómo pudieron le cortaron un palo de Guayacán para que le sirviera de guia a manera de bastón de ciego, a la plaza Bolivar del pueblo para ofrecer, según sus palabras,  “una demostración en vivo de cómo era la vaina a la gente”. Una vez allí hizo saber que cada persona habría de sacarse un ojo primero y luego otro para después desprender los parpados con pestañas y todo  Y declaraba que dos ojos y no uno,  haciendo énfasis que era la única manera de dejar de llorar y disfrutar del filete:  " no hay de otra",  recalcó enfáticamente. Una vez fijados éstos puntos cada uno  de los vecinos procedió  a sacarse los ojos. Era un glorioso espectáculo, pero se ruega no detallar la ocasión  y menos descripciones. Por lo demás, se hicieron cálculos acerca de los beneficios de tener la acera y los huecos secos, cómo antes. Por lo que a mí respecta:  era un cálculo ilusorio pues ya nadie los vería. Y lo que importaba era, en ese preciso momento histórico, que cada uno pudiese comerse su suculento filete de párpados.


Pronto se vio a señoras que hablaban de las ventajas que reportaba la idea del señor Asdrubal. Por ejemplo, las que ya habían comido sus párpados y respectivos ojos no se veían obligadas a usar lentes y menos necesitarían ver las noticias del gobierno en televisión, menos aún los bulos en el móvil, periódicos ya no había pues se habían tomado la precaución de prohibir. Y algunas, no todas, hablaban ya de no tener que seguir bebiendo lágrimas a escondidas  y así estar legales con el alcalde y sus chamanes.


En la calle tenían lugar las más deliciosas escenas: así, dos señoras que hacía muchísimo tiempo no se veían pronto se tropezaron por casualidad, a tientas, naturalmente, y empezaron a conversar y alavaron la feliz ocurrencia de Asdrubal dando pie a esa frase tan trillada  de “ encuentros a ciegas”.


Hubo hasta pequeñas sublevaciones y quejas pues para reconocerse unos a otros debían de tocarse y jorungarse y, claro, aparecieron sinvergüenzas y aprovechados que abusaban de las muchachas y de una que otra vieja buenota: metiendo mano indebida. Pero eran sublevaciones inocentes que no interrumpían de ningún modo la consumación, por parte de los vecinos, de su propios ojos y párpados. Desapareció la sed salitrosa ocasionada por beber lágrimas y todo áquello era una fiesta y el buen gusto reinaba por doquier.


Pero se iba viviendo, y era lo importante, ¿Y si acaso…? No sé había conseguido la paz y tranquilidad del pueblo. ¿ Pero estas ligeras alteraciones no minaban en absoluto la alegría de aquellos habitantes. ¿De qué podría quejarse un pueblo que tenía asegurada su paz y tranquilidad a oscuras? El grave problema del orden público creado por la lloradera, ¿no había quedado - acaso -  definitivamente zanjado?


 Que el pueblo fuera quedándose  progresivamente ciego nada tenía que ver con el aspecto central de la cosa, y sólo era un colofón que no alteraba en modo alguno la firme voluntad de aquélla gente de dejar de llorar para siempre y definitivanente. ¿Era, por dicha, dicho colofón el precio que exigía los ojos ? Ya no llorarían más por los hijos y los nietos  que desde la remota Lima, o la fria Bogotá, o  desde la cercana selva del Darién enviaban noticias y recados que nadie podría ver ya.  Pero sería miserable hacer más preguntas inoportunas, y aquel prudente pueblo estaba muy de su agrado arreglado a ciegas que decidieron nombrarlo Pueblo Contento, aún ahora se escuchan cantar.


Los personajes y hechos retratados en Pura Paja®   son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura paja «.

Pura Paja®  

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