Nunca guardes CENIZAS DE UN MUERTO

     CENIZAS DE UN MUERTO

                 EN CASA

NO TENGAS CENIZAS DE UN DIFUNTO EN CASA.

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!Oh!  !Querido lector de Purapaja! Mi historia es tan prodigiosa que si se escribiese con una aguja sobre el angulo inferior de un bloque de hielo, sería una lección para quien la leyese con respeto.

                   

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Julián Segundo salió de su encierro, de un sarcófago de pino pintado ocre cómo evocando una muerte triste, y   escabullendose con las cenizas a cuestas se presentó como un esperpento y supe que era él porqué en el éter se asomaba su cara lánguida que remataba sobre unos  bigotes a la moda de los años 50, cómo en las fotos: recortados a ras de los labios y con una línea trazada impecablemente entre los pelos y la comisura de los labios.


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Terminó  llenando la habitación con aquél frío gélido de ultratumba que suelen tener cómo compañero los difuntos en su soledad porqué qué más se puede pensar de la muerte que sea diferente al calor del cuerpo que el mismo frio de un cadáver. 

El frío entumece y deja el cuerpo rígido y por años acumulado ha de pervertir y hasta al más  inocente muerto se trastorna:  el pensamiento vira a perverso y hasta cruel con los seres queridos 

   

Esperpento de Julián Segundos.

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Era Julián Segundo en vida  maestro de escuela, de esos maestros   de cuarto grado en la aburrida educación de primaria y, sobre todo, en un colegio de curas cursi.


Era sí, eso sí, de ésos maestros que han de corregir y revisar garabatos de colores que presumen ser dibujos, o quizás ilegibles rayas más que escrituras,  en los cuadernos: día a día y tedio por tedio - de por medio - hasta que la más honda depresión le carcoma el alma.


Pero su corazón, en vida, palpitaba a ritmo de pasión cómo pocos en búsqueda de la aventura, del suceso, de su vida para sentirse vivo y darle razón a su vida mustia.

Era nuestro difunto, en vida, de aspecto varonil y de buen talante que impresionaba por su trato ponderado en la manera; más bien enjuto en la contextura pero fuerte como una mula, de estatura media pero bien llevada; pero sobretodo era un galán soterrado y hasta tímido pero se le alegró la vida al conocer a María Teresa, la Profe.Maitere como le conocían todos en la cancha, en la cantina y sobre todo en el aula como podrían dar fé sus alumnos de tercer grado: impecable, disciplina, calidad,  y con una mística profesional tan increíble que causaba envidia hasta la misma  Madre de Calcuta y, eso, en cuánto  a dedicación se trataba.

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Chaparrita era María Teresa pero coqueta y arregladita, limpiecita como un mango de hilacha,  y todo ella insinuaba dulzura de sus ademanes, en la frescura de sus carnes, en la dureza de sus muslos, en la estrechez de su vulva, en la redondez y volumen de sus nalgas. Era pues una hembra, ya  madura cuándo conoció a Julián Segundo.

La Gomera

Había llegado muy joven, huyendo del matrimonio concertado con el boticario que le tenía ganas, en uno de esos barcos que apurados dejaban a la gente en aquél solazo y calor insolente de los muelles de concreto cargados de olores rancio del mar y sal - con aceite quemado y fritura de sardina - de La Guayra junto con los escasos peroles y las maletas que nunca más verían las Islas Canarias.

Traia, eso sí, un diploma de la España franquista que la acreditaba como maestra y con él un bagaje falangista que junto a su credo parroquial en la incontestable iglesia la hacían prodiga ante cualquier colegio. No tardó, pues, en conseguir trabajo en algún sitio de la capital, en Las Acacias dicen dónde unas monjas de rancio escapulario la acogieron cómo una más, y pronto se le reconocieron sus méritos de trabajadora y cumplidora.

Puerto de la Guayra.

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Aquéllo fue rápido: se conocieron, hablaron, y bastó eso para que saltara la pasión cómo brazas incendiarias y   se quemaron:

Maria Teresa pronto olvidó su viudez y la dinámica de su carácter abierto, alegre y emprendedora de miles de cosas, por hacer y deshacer,  pronto hicieron que Julián Segundo perdiera su cabeza y su  matrimonio junto con la casa y el perro y ni hablar de los muchachos. 

No había un día de semana que no se festejará o un convite, un sarao, lo que fuere que no fueran y compartieran juntos. No había nada que Julián Segundo no pudiera hacer para complacerla y verla sonreír.   

     Inseparables hasta en el adiós.

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Cuándo Julián Segundo falleció sintió que el mundo se le venía encima. Que el amor de su vida ya no estaba con ella.Que su risa, su voz y su presencia se habían desvanecido para siempre. Fue entonces cuándo María Teresa decidió cremarlo y colocar sus cenizas  en una urnita, de juguete,  rodeados de sus fotos y velas siempre encendidas, en un altar, en el armario que dominaba la sala, para tenerlo cerca.



Al principio la sola idea la reconfortaba de solo pensarlo y su pena la acercaba a Julián Segundo, cómo sí estuviera allí,  y recordaba los momentos felices suspirando entre aromas de sándalo y las velas: sentía que la tocaba - que sus dedos estaban allí - y más de una vez se sintió poseida en un frenesí de pasión .

El beso 

Pero con el tiempo algo fue cambiando todo: la primera vez que lo soño fue a las dos semanas de su muerte.

Julián Segundo estaba parado, en su sueño, al pie de la cama, la miraba con insistencia, sus ojos no reflejaban alegría ni tristeza. Maria Teresa quería hablarle pero antes que pronunciará una sola palabra despertaba siempre sobresaltada.

Las noches siguientes a esa noche fueron peores: el frío gélido de la muerte rodeaba la cama y sintió  que le halaban la cobija y el terror se apoderó de su ser. No conciliaba el sueño y se levantaba a caminar presintiendo el perfume, ese que usaba él cuando salían a cenar juntos, y la presencia de Julián Segundo se hizo evidente: pensó que se lo imaginaba y que estaba sugestionada, pero la colonia inglesa Atkinson estaba en la cocina, en la sala y en su cabeza.

Una madrugada se despertó con la sensación de que alguien estaba acostado en su cama, al lado, sintió rechinar el colchón y notó que estaba hundido por un peso invisible, su piel se erizó y trémula: no se atrevió a voltear. 


Día tras día la situación empeoraba y sus ojos acusaban el castigo del insomnio y el terror: negros  y sombreados por un color de pánico alrededor de párpados y ojeras hundidas, las venas rojas cruzaban lo blanco del ojo.

Una noche mientras trataba de distraerse de todo, María Teresa, encendió la televisión, absorta con el concurso de Pasapalabras en Tv3, cuándo sintió el frío gélido venir  por el piso, sintió que le abrazaba las piernas y ya no podía moverlas, y entonces si que sé asustó y empezó a escuchar primero un rumor ronco y después una voz baja y rasposa susurro al oido: Maitere...Maiteeee.

! Ay, MAMA !

Gritó, del susto, volteó y no vió a nadie, pero estaba allí, lo había escuchado y sentido. Ya María Teresa tenía los nervios destrozados.

Ya no podía seguir viviendo pensando que algo o alguien la estaba observando constantemente. 

Ya se estaba creyendo loca y presentía que  aquélla cosa ya no era Julián Segundo;  no era su voz, la terrorizaba solo escucharla, y le quería hacerle daño pues la voz era cada vez más agria, gutural, y carecía del tono cariñoso con el que su amado Julián Segundo le hablaba: no es él o la muerte lo ha cambiado, sospechaba......


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La desesperación de María Teresa la condujo a conversar con su amiga Luisa Sobeida, le contó todo, y decidieron buscar ayuda a un Médium. Le marcaron de inmediato y esa misma noche, no tardó nada,  la visitó una señora, de entrada en años y torva mirada, que apenas al pasar la puerta sintió la presencia de un ente maligno que la rodeó con su frío gélido tratando de impedir su paso a toda costa; un viento alboroto la cortina de la sala y un aleteo de murciélago se escuchó - Ñoooh es el Diablo, pensaron ya horripiladas cómo estaban -  y  una sombra se hizo presente junto con un olor a sulfuro;  la Médium empezó a abrirse paso por la casa a punta de rezos y rociar cuerno de ciervo por todos los rincones y colocando la imágen de nuestro Señor Jesúcristo Crucificado en una esquina y en la otra la Biblia abierta en la página de los Condenados y, así, sucesivamente extrajo de su bolso ostias bendecidas que colocó a cada lado  de la mesa dónde reposaba previamente la urna de Julián Segundo, además de su foto,  y una velas encendidas acompañadas de un vaso de aguardiente,  a medio llenar.








La Medium hablaba y decía cosas que no entendia. Se le escuchaba susurrar una y otra vez: él está aquí encerrado en esta casa cómo en una prisión y está enojado, muy bravo y puede hacer daño. Debemos llamarlo.

De sus labios brotaban rezos en extraños dialectos y se le empezó a tensarse la cara y la piel;  tornándose cada vez más tenebroso el aire y espeso el respirar y fue entonces cuándo dirigiéndose a la urna, que estaba en el centro de la mesa, dijo: 

" te doy permiso, Julián Segundo, en nombre de Jesucristo, del arcángel Gabriel, de los Santos Apóstoles y de la Santa Iglesia que uses mi cuerpo y te manifiestes en mi y le hables a María Teresa contándole tus deseos y necesidades para que abandones esté mundo terrenal y vayas al de los muertos en Paz y Descanso Eterno, amén." 


Nuevamente la extraña brisa sopló de nuevo y  las llamas de los velas pestañeaban cómo si alguien o algo estuviera respirando por encima. La señora, de torva mirada, echo la cabeza para atrás, sus ojos se pusieron en blanco, se endureció toda y su cuerpo rígido empezó a hablar pero, esta vez,  con la voz idéntica a la de Julián Segundo:


" He esperado años este momento,  Maria Teresa, amada mía, para pedirte que des a mis restos, mis cenizas, el descanso eterno. Al comienzo de mi muerte me mortificaba dejarte sola, desamparada, y sin la felicidad que disfrutábamos cuándo estaba en este mundo terrenal.

 Pero, ha querido el Santo Padre, y su mandato es improrrogable, que mi alma se purifique en el purgatorio antes que el Maligno se haga de mi alma y me lleve con él; y así con mi Alma purificada por mi paso en el purgatorio disfrutar de la vida eterna. Te ruego, amada María Teresa, verter mis cenizas al mar, en el Paseo Colón, y me rezen siete misas" . 

Paseo Colón 

Casi inmediatamente las velas se apagaron y la Medium, cayó sobre la mesa, y cuándo la señora, de corva mirada, recuperó el aliento le dijo a María Teresa:  

- ya has escuchado su petición y si quieres que ésto termine debes hacerlo.

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Los personajes y hechos retratados en Pura Paja®   son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura paja «.

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